lunes, 15 de febrero de 2016

Alejandro Lodi sobre la astrología como narcótico





Llevo ya  algunos meses en crisis con lo que denomino la arbitrariedad de la astrología. En espera de ser capaz de traducir lo que realmente significa en un próximo artículo, dejo este fragmento de un artículo de Alejandro Lodi, publicado en el la web de la casa XI (http://www.casaonce.com/publicaciones/articulos/acerca-de-urano-transitando-aries-6/), que transmite parte, aunque no todo, de esta  disconformidad con "la apropiación" por parte del ego de formas perceptivas que de alguna manera no le pertenecen, y  que están pidiendo, si no su propia muerte, que se eche definitivamente a un lado, para que otro tipo de percepción más evolucionada (es decir, mas extensa y profunda) pueda desarrollarse:

"Cuando el rayo de la tragedia sorprende nuestras vidas se hace evidente que no toleramos el contacto con el dolor, reaccionamos a él. No se trata de una limitación personal, sino de una frontera humana, una defensa al horror.
La elocuencia de esa incapacidad es nuestra búsqueda de explicaciones cuando nos toca lo siniestro. Buscar causas es intentar explicaciones y así calmarnos. Esa causa que explica el efecto nos calma haciéndonos creer (convenciéndonos) que ese sufrimiento podría no haber ocurrido, que el dolor no forma parte de dinámica alguna.
Con nuestras explicaciones acerca de qué significan los hechos dolorosos estamos -acaso sin saberlo- manteniendo vivo el supuesto de que el dolor es mero efecto de una causa y de que, si conjuráramos esa causa, podríamos entonces eliminar el efecto, es decir, lograríamos excluir el dolor de nuestras vidas. Se conforma así el hechizo de un poderoso supuesto: el dolor no es real, sino efecto no deseado de una acción inadecuada. El dolor no forma parte de proceso vital alguno. El dolor podría no existir. El dolor no debería existir. Podríamos vivir sin dolor.


Contribuyendo a este supuesto, la astrología puede servir para anestesiar. La astrología puede resultar un dulce narcotizante. Como también las ideologías políticas, el idealismo ecológico y el misticismo. Nos permiten, por ejemplo, ver en las imágenes de la catástrofe de Japón los efectos del ingreso de Urano transitando Aries o el castigo del mar por la pesca indiscriminada de los buques japoneses, ver en los cataclismos que azotan la Tierra la reacción kármica de la madre naturaleza al maltrato humano, o ver en los atentados a las Torres Gemelas a los yanquies recibiendo un poco de su propia medicina… Ver es percibir. Cada uno de estos supuestos condiciona nuestra percepción de la realidad, distorsionándola en dirección a lo que creemos seguro, haciéndola menos amenazante y, por lo tanto, menos intensa y más controlable. Cada una de estas respuestas permite no entrar en contacto con el dolor de la experiencia, filtrarla para evitar esa conmoción y mantenernos protegidos en nuestro mundo de certezas, premios y castigos, y previsibilidad.
La astrología puede anestesiar con su suministro de explicaciones. La astrología puede calmarnos diciéndonos qué significan los hechos dolorosos de nuestra vida, cerrando ese significado en una causa absoluta. Pero también la astrología puede dejarlos abiertos, sin decirnos lo que esos sucesos significan, sino apenas (o nada menos) inscribiendo su significado en un orden cíclico.


En verdad, la astrología no puede decirnos qué significa un hecho, sino en qué orden cíclico ese acontecimiento puede ser significado. La astrología no cierra la vivencia de los hechos de nuestra vida a un significado, sino que significa esas experiencias revelándolas constitutivas de un orden que se manifiesta en el tiempo. Ese hecho doloroso no es un castigo, ni suceso aislado. Todo suceso está inscripto en un orden temporal, responde a la dinámica vital de un proceso que se desarrolla en el tiempo y que cuenta con una lógica cíclica.
Y aquí la astrología sí tiene algo para decir. Incluso puede dar serenidad. Puede calmar la excitación dramática y angustiante que la experiencia vital nos provoca cuando expone a nuestra conciencia la vulnerabilidad que nos constituye. Pero será una calma por contacto, no por evasión. Es una serenidad que disuelve las superficies más agudas del sufrimiento para conducirnos a la profundidad del dolor.
Jugando con las palabras, podríamos decir que no es una calma por anestesia sino por hiperestesia. Es la intensa paz de una comprensión que se hace manifiesta por sentir más, no por sentir menos".

Alejandro Lodi.




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