miércoles, 17 de febrero de 2016

Lodi acerca de revelaciones y desilusiones


https://alejandrolodi.wordpress.com/2013/09/20/acerca-de-revelaciones-y-desilusiones/
Alejandro Lodi
(Septiembre 2013)
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«…Con la traslación típica, el yo (o sujeto) dispone de un nuevo modo de pensar sobre el mundo (o sobre los objetos); pero con la transformación, el yo mismo es puesto en entredicho, apresado y literalmente sofocado hasta la muerte…».

Ken Wilber, “Diario”.
«… Las almas más las horas, dan una vida que no puede quedarse…». 
Luis A. Spinetta, “Mundo disperso”.
La astrología implica una revolución perceptiva.
Esa alteración radical se inicia cuando la conciencia percibe que la realidad externa y la realidad interna son, antes que dimensiones separadas por fronteras objetivas, planos de manifestación de una misma realidad que se reflejan uno al otro. Yo y mi destino se corresponden. No como idea, sino como experiencia. No como especulación conceptual, sino como registro sensorial y sensible. Es evidente que reconocernos en lo que nos ocurre va a generar un colapso de la visión separativa de la realidad y, por lo tanto, una inevitable transformación de la creencia de que “soy la imagen que tengo de mí”.
La astrología estimula ese potencial revelador. Sin embargo, podemos habitar la astrología resistiendo esa revolución perceptiva. Lo hacemos (acaso necesariamente).
Cuando la correspondencia entre la organización del mundo interno y la percepción del mundo externo no es una constancia vivencial, entonces la astrología se convierte en un amasijo de símbolos arbitrarios que se ajustan a la necesidad emocional del astrólogo de confirmar su imagen personal.
Así, el potencial de la astrología como herramienta de transformación se banaliza en vehículo de traslación: la visión del mundo que el yo ya posee se traslada al menú de símbolos que la astrología provee. En esa traslación se ratifica el yo y se confirma el mundo. La astrología deja de sorprender y, por lo tanto, de amenazar. El yo puede jugar con la astrología sin riesgo alguno de revelaciones que obliguen a su transformación. La imagen personal de nosotros mismos (y de la realidad social) no es cuestionada y la conciencia no madura. Es la ilusoria paz del narcisismo, el reconfortante refugio de los niveles más regresivos de nuestra identidad. ¿Por qué ilusoria? ¿Por qué regresiva? Porque esa paz y comodidad a partir de ahora exigirá vivir en tensión permanente con el destino: ese futuro conspirador,  esas relaciones antipáticas, esos hechos que paralizan de miedo con sólo imaginarlos. El destino (futuro, relaciones, hechos) necesita ser controlado para que el yo sobreviva.
De este modo, la astrología puede ser practicada sin comprometer transformación alguna de la personalidad.
El juego “luz y sombra” del astrólogo se cristaliza. Pierde la elasticidad de experimentarlo como una dinámica vincular que abre niveles de creatividad, para tensarse en polos autogratificantes y autoconfirmatorios. Pertrechado en posiciones fijas, todo lo que ofrece la astrología es puesto al servicio del éxito de la luz. El triunfo de la luz en la lucha por la vida. La derrota de la sombra en la lucha por ser feliz.
En esta astrología de traslación, la dinámica luz y sombra queda desvirtuada en lucha de poder. Ese diseño del viaje de la conciencia, de polos en constante danza de revelación oscilante (y que llamamos dinámica luz y sombra), también queda banalizado.
Pero ¿qué es la luz? ¿Y qué es la sombra?
Como dinámica consciente-inconsciente (o identidad-destino, imagen personal-mundo vincular), “la luz” son aquellos contenidos que la conciencia reconoce como constitutivos de la personalidad, de esa imagen de sí que cree (está convencida) ser. Aquello que creemos ser (la luz) es una imagen mental-emocional compuesta por fragmentos de la totalidad del ser que somos (o, mejor, del cual participamos). La luz (la imagen personal con la que estamos identificados) necesariamente es fragmentaria, parcial y, por eso, insuficiente para contener lo que el proceso profundo del alma irá revelando. Y esa revelación es el destino: lo que ocurre a nuestro pesar o sin que lo hayamos elegido.
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Esa imagen de sí no es, por fragmentaria y parcial, un error. No se trata de que “deberíamos ser otra cosa”. Nuestra identidad personal muestra las posibilidades vigentes de realización del ser. Y esto es tan cierto como que el destino habrá de desafiar a esas posibilidades manifiestas para que, de ese modo, se actualicen nuevas riquezas y talentos de nuestro misterio latente.
No siendo entonces un error, se trata simplemente de que esa imagen personal (la luz) es necesaria y funcional a un proceso profundo de la conciencia, proceso que estimulará revelaciones y emergencias que excederán esos bordes personales (el relato de la luz) y obligarán a asumir el incómodo trance de transformaciones de nuestra identidad personal (la destrucción del imaginario de la luz).
El destino revelará la sombra. El destino como sombra es el encuentro con otros que pondrá de manifiesto –de modos conmovedores y evidentes- lo desconocido de nosotros, la vivencia de hechos que nos despertarán al compromiso –de modos dolorosos e inapelables- con dones y gracias insospechadas.
Esa manera de vínculo con el destino (con el mundo externo, con lo que creo ajeno), abierta a lo trascendente, atrae a la conciencia hacia el fuego transformador: la orgánica aceptación de la muerte del yo, de esa imagen con la que estamos encantados y en la que estamos limitados. El encanto del ego es la barrera del alma.
Una astrología que invitara a reconocernos en el destino, necesariamente le pedirá a la conciencia transformar la imagen personal que se ha forjado de sí. Una astrología que propusiera abrazar al destino, inevitablemente alterará nuestra descripción del mundo. Esa astrología nos pedirá exponernos al miedo de la pérdida de nuestras certezas fascinantes, afrontar el pánico de que el mundo no sea aquel que necesitamos que sea. Esa astrología pondrá en evidencia que nuestro mundo de imágenes internas se refleja en (y es reflejo de) el mundo que creemos percibir “allá afuera”. La astrología como herramienta de transformación habrá disuelto la frontera entre “lo que yo soy” y “lo que creo que el mundo es”.
Personalidad y alma. Habitamos ambas dimensiones. En una dinámica semejante a un acto amoroso. La personalidad fija en la memoria aquello que será liberado, y que será nuevamente de algún modo condensado para ser luego liberado, y que será otra vez conservado para ser ahora liberado, y que será… En esa danza, la personalidad busca retener, el alma llevar hacia. El alma incita a la personalidad. La personalidad resiste aquello a lo que se entregará. Las revelaciones del alma desilusionan a las constricciones de la personalidad, y la libera hacia la realización de otra ola de misterio.
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Existe una gracia dadora en el universo. Incluso existen guías que anuncian su nacimiento en nuestro corazón. Y, al mismo tiempo, los reyes magos son los padres.

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